miércoles, 11 de agosto de 2010

Lo que Darwin se olvidó bajo el asfalto

Cuando Darwin disertó acerca del concepto de "selección natural", el legado que nos dejaba era susceptible de desactualización. Porque, efectivamente, las especies desarrollan una serie de habilidades en pos de la supervivencia y el baremo empleado para este mismo desarrollo es la adaptación al medio. Pero a Darwin se le debió olvidar que desde hacía un tiempo al ser humano le había dado por eliminar cualquier atisbo de contexto natural en el que desarrollarse, sustituyendo suelo de tierra por asfalto y hierbajos por adoquines. Así, donde antes habían árboles hoy hay farolas, donde antes habían cuevas hoy hay edificios, donde antes habían pájaros hoy hay palomas (no es lo mismo, la paloma es una rata voladora y el pájaro puede ser muchas cosas), donde antes habían depredadores hoy hay municipales y así hasta completar una larga lista de sustituciones de lo natural por lo artificial y lo impuesto.

Lo que vengo a decir aquí es que, efectivamente, el entorno natural ha sido sustituido por el entorno social, donde el tapiz de fondo es lo urbano. Con lo cual, en el ámbito del ser humano (y de los animales domésticos) la teoría de la selección natural tal y como la definió Darwin ya no es válida. De hecho, estos efectos ya se comprueban en el día a día: el orondo ejecutivo que pasea su rechoncha y opulenta figura por cualquiera de las grandes vías de nuestro país no sobreviviría en plena sabana africana. Efectivamente, la habilidad física se ha sustituído por otras habilidades, llamémoslas asociativas o intelectuales, de manera que el ser humano sobrevive gracias a sus pocos momentos de lucidez mental. Esto es así también si colocamos al ser humano en naturaleza abierta: lo único que puede salvar a una persona que no sea Usain Bolt en campo abierto del ataque de, pongamos, un tigre, es una concatenación de decisiones acertadas que provienen del libre albedrío: engañar al animal amagando a un lado o a otro, trepar a un árbol, encender un fuego para mantenerlo a raya, asustarlo y tantos otros que ahora no se me ocurren porque no recuerdo la última vez que corrí delante de un tigre.

Lo que pasa es que en este entorno urbano no hay depredadores con garras terribles de los que defenderse. Las amenazas son otras: coches que circulan zumbados, neuróticos que amenazan con convertirte en una de sus víctimas, seres con poderes terrenales que amenazan con despedirte de tu trabajo, ladrones de guante blanco que conjuran para dejar tiritando tu comunidad o, el peor peligro de todos, nuestra propia estupidez.

Dado que la estupidez es una variable real y palpable, no nos debe sorprender haber acabado como la discoteca de Europa. Al fin y al cabo, debido quizás a la conjunción de estupidez masiva y ansias recolectoras (sin importar el como ni el cuando) hemos descuidado nuestro sustrato cultural hasta decir basta. Consumimos tendencias extranjeras sin promocionar lo nuestro, aunque muchas veces lo de fuera sea mierda. Promocionamos el producto nacional solo cuando está obsoleto. Nos quejamos de los clichés que tienen los extranjeros cuando seguimos fomentándolos (toreros, folclóricas nada arrepentidas, cine cutre, futbolistas, pop barato...). No nos preocupamos en aprender otros idiomas. Somos el país con más premios literarios del mundo pero somos el que menos libros produce y vende. Hemos elevado la telebasura a la categoría de alimento cultural. La prensa del corazón tiene el triple de horas en antena (o más) que los reportajes y documentales. Solo emitimos documentales sobre animalitos selváticos, cuando hay tantas cosas que desconocemos... En fin, que hemos degradado lo gris, lo pensante, lo racional, y además hemos abaratado el alcohol barato. ¿Por qué nos sorprende ser la discoteca de alemanes, belgas, rusos y sobretodo británicos?

Así pues, tenemos que la ley de la selección natural ha cambiado porque el entorno ha cambiado. Tenemos que la estupidez es uno de los actuales predadores, y tenemos que ademas hemos retocado el entorno hasta convertirlo en una fuente de zafiedad y mierda aparentemente inacabable. Todo está relacionado, así que yo me planteo: ¿no son acaso los balcones y las piscinas en las cuales se desnucan los turistas británicos una bendita frontera entre el que merece vivir y el gilipollas de turno cuya defunción no nos castiga sino nos favorece? ¿No son las drogas de diseño adulteradísimas y el alcohol de garrafón una prueba química para determinar quien merece vivir y quien no? ¿No es, en definitiva, toda esta concatenación de desgracias absolutamente ridículas y evitables el último rescoldo de la justicia Darwiniana, sin cuyas normas esto estaría lleno (todavía más) de gilipollas del quince?

Posiblemente sí, y entonces tendremos que agradecer que las televisiones acudan a sucesos ridículos (esas "serpientes de verano") para hacernos sentir un poco mejor a los que todavía no hemos muerto por nuestra propia estupidez. Aunque sea a costa de no hablar sobre guerras en el Congo, sobre inminentes invasiones de Irán, sobre yacimientos trillonarios en Afghanistan y sobre todas esas cosas por las cuales este mundo sigue promocionando la gilipollez enlatada.

Cosas del verano.

JM Martín

3 comentarios:

  1. Como era de esperar no estoy de acuerdo con todo pero si me parece curioso tu blog amigo :)
    Lo seguiré de cerca y tal, yo tb he tenido unos cuantos pero ahora mismo no escribo demasiado. Estoy en modo lectora, sigue así de activo ;)

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  2. Un placer que ud no esté de acuerdo conmigo, no todo iban a ser peloteos jajaj

    Un abrazo!

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  3. Leyendo tus tags me he encontrado con "crocanti". ¡Risotada al canto! jajajaja

    Muy buena reflexión. Aunque no deja de ser curioso que sea la propia estupidez la barrera, el punto de control o la criba de energúmenos que merecen caer por su propia estupidez ;-)

    ¡Saludos!

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