viernes, 11 de febrero de 2011

Adiós de nuevo y un hola a lo que venga

Soy y seré en gran parte lo que he sido. He sido y soy un producto de aquello que me precedió. Y buena parte de quien me precedió encara hoy un trayecto metido en un frasco de cenizas para reposar donde pasó una dura pero feliz infancia. Nunca me he centrado en lo personal cuando escribo en este blog. Pero hoy es un día distinto. Hoy empiezo un viaje que, en realidad, empecé hace tiempo. Realmente, hoy empiezo a ser consciente del viaje que emprendí antes incluso de empezar a emprenderlo físicamente.

Mi padre fue (qué raro es hablar en pasado de alguien que está sin estar) la persona que me inculcó que las cosas deben cambiar. Más tarde aprendí en la universidad que la evolución es una constante, pese a quien pese. Pero él plantó la semilla. No fue la persona más fácil del mundo, como tampoco lo soy yo. Fue un ilustrado de puertas para adentro, un obrero capaz de dejarme en evidencia culturalmente. Una persona con sus limitaciones, como todo el mundo, pero en cuyo ADN había un viajero tapado: la rebeldía. Fue en su hijo pequeño, yo, donde el polizonte se hizo capitán. Y eso no es bueno per se.

Él me enseñó muchas cosas en vida. Cumplió con su función de padre. Pero se dejó la mejor enseñanza en su marcha: cuando menos te lo esperas puedes hacerte relevante. Él ahora lo es más que nunca. Su modesta sabiduría está presente tres de cada dos segundos. Su sapiencia no es pena, aunque triste es el poso que deja el amargo café de la ausencia. Y su fidelidad a unos principios son el reflejo en el que me miro. Puede que mi esencia sea errónea, pero a ella me debo. No hay nada más equivocado y más contra natura que ir en contra de uno mismo. Detenerse y frenar la dinámica equivocada es un acto de sabia modestia. Y gracias a la herencia que me deja al margen de unas incipientes canas, hoy reclamo mi independencia como ser humano.

Hoy me voy para despedirme mañana de las cenizas que un día fue mi padre. Esta vez sin lágrimas, pero con la rabia de quien no entiende lo que no hay que entender, que es la mecánica interna de la vida. Preguntándome todos los días si lo que hay al otro lado no será algo más que ese fundido en negro que algunos temen. Preguntándome si los sueños que tengo desde hace dos meses y medio, algunos de ellos de una lógica conversacional tremenda, son algo más que una colección de malabares de mi cerebro. Hoy cojo el coche para simular que te digo "adiós", cuando todos los días te digo "hola" en forma de paso hacia delante. De paso hacia mi independencia mental como ser humano. De paso hacia una muerte, espero lejana, en la que me pueda el cansancio y el sentimiento de que hice todo lo que pude para dejar las cosas mejor de como me las había encontrado, que era exactamente lo que tú hacías.

Hoy dejo de escribir transitoriamente en este blog. Porque no tengo demasiado tiempo. Porque tengo que rodar un minidocumental. Porque tengo que investigar más que nunca. Porque no creo que me bequen. Porque ello me hace más independiente, quizá. O sencillamente porque, hoy más que nunca, no estoy de acuerdo con el subtítulo de mi blog y me parece coherente parar.

Porque hoy ya no tengo miedo de la gente.

Hasta pronto.

JM Martín

viernes, 4 de febrero de 2011

La anatomía de la tentativa

Cuando tenía 18 años se me metió una idea en la cabeza: escribir un libro que explicara las leyes universales que indujeran a llevar a cabo un cambio para aumentar las igualdades. Un libro que pasaría desapercibido pero que quizá lograra agitar la conciencia de una o dos personas, cumpliendo su función primaria antes de la secundaria (coger polvo). Un libro que tenía el mejor título del mundo, al menos en mi cabeza: La Anatomía del Cambio. Intenté cien millones de veces escribirlo, hasta que comprendí que lo mejor era dejarlo estar. Demasiada juventud es sinónimo de escasez de perspectivas. Y un libro que contase cómo alcanzar una libertad real que nada tuviese que ver con la de comprar tal o cual marca de lavadora no podía permitirse el lujo de ser corto de miras o poco riguroso.

Con el tiempo he llenado mi vida de experiencias con el único objetivo de aprender para cuando me pusiera a escribir mi obra atrapapolvo. No creo que lo haya conseguido de momento y, sinceramente, no creo que lo vaya a conseguir. Cuando uno cree que algo es interesante siempre corre el riesgo de pasarse profundizando y acabar dándose cuenta de que incluso el espacio entre dos átomos es profundizable. Y entre dos átomos me hallo perdido.

El mundo necesita entrar y salir de ese metafórico espacio interatómico. Ver, experimentar, agitarse ante el fracaso propio y volver a intentarlo para nunca conseguirlo. Quizá en esa derrota constante que sabe a victoria y viceversa está la clave del devenir humano. Probablemente de ahí salga lo constructivo de la autocrítica, de la adicción a tropezar siempre con la misma piedra, mejorando en ese camino. Y entre caída y caída, entre repetición y repetición, tan sólo una cosa cambia y puede hacer cambiar al resto: el estilo con el que uno y muchos se ahostian ya no contra esa estúpida piedra sino contra la estupidez propia de no haberla visto desde el principio.

El mundo necesita muchos Hosnis Mubaraks. El mundo necesita hijos de puta contra los que luchar. El mundo necesita piedras en forma de injusticias estructurales. Necesita hacer cambios y luchar por hacerlos mejor. Y necesita equivocarse haciéndolos. Y necesita como agua de mayo ser capaz de darse cuenta de las inmensas cagadas que comete. Ser consciente de que meter una papeleta cada cuatro años es un paso importante pero no un final digno del camino. El mundo necesita ir paso a paso y no esperar dosmildoces o profecías adventistas o civilizaciones extraterrestres o dioses supramorales o dogmas proteccionistas para aprender el fin último, que no es otro que el cambio constante.

Quizás algún día escriba ese libro. Quizás entonces una de cada mil personas que pudieran leerlo no se queden dormidos en la décima página. Pero quizá para el día en que las canas de mi barba sean mayoría me haya dado cuenta de que fui tan afortunado que jamás necesité escribir ese libro porque esa anatomía del cambio habría sido un perfecto álbum de fotos cuya portada bien podría ser la Plaza de la Liberación.

Quizá algún día me toque comprar ese álbum. Mientras tanto quiero seguir aprendiendo a ahostiarme.


JM Martín