lunes, 31 de octubre de 2011

Estamos aquí (1)

No, hoy no voy a hablar de política, ni de pseudoperiodistas ni de movimientos sociales, aunque quizá lo que os vaya a contar hoy tenga más que ver con esto último que con cualquier otra cosa. Hoy os voy a hablar de algo maravilloso que podría ser y que no es, aunque también se puede interpretar como algo que podría ser y que, cuando te sumerges, lo es todavía más. Hoy (y otro día, porque la prisa aprieta y voy a hacerlo en dos entregas) os voy a hablar de esa parte de mí que no publicito, tal vez por timidez, pero de la que me siento muy orgulloso y con la que me indigno un poquito cada vez que pienso que hay gente perdiéndoselo. Hoy toca hablar de mi tierra, de rock, de poesía, de pequeñas miserias, de dobles lecturas, de pose, de clichés y de una explosión cultural que pasa desapercibida.

Situémonos: viernes 28 de Octubre. 22:30 de la noche. Valencia. Sala Wah-Wah. Un grupo tributo a Nirvana, formado por tres excelentes músicos y pese a ello buenos amigos, celebran el aniversario del último tsunami musical llamado Nevermind con un concierto de repaso a los clásicos del trío de Seattle. La sala está abarrotada, llena no sólo de músicos y amigos sino de jovenzuelos y (permítanme la coña) Kurt-iditos. Todo el mundo corea unas canciones que objetivamente nunca sonaron a música celestial pero que indudablemente cambiaron la manera de concebir la música pop. El concierto acaba y, aún con la nostalgia invadiendo, la gente hace su camino. Mi hermano musical por excelencia, el señor Ton Agüera, se pregunta lo siguiente: si Nirvana no hubiera existido y estos tres chicos que acaban de dar un concierto hubieran sido los creadores de la música que acaba de sonar, ¿la gente hubiera salido de la sala con la sensación de haber presenciado auténtico arte, o sencillamente hubieran acabado el concierto con la sensación de haber visto "otro concierto más" en el que, para más inri, han sonado canciones "destartaladas"?

Interesante pregunta que me lleva a una reflexión: es muy fácil disfrutar de algo minoritario cuando se ha convertido en leyenda obviando el intermedio tránsito hacia lo masivo. Pero es muy muy muy difícil dejarse arrastrar por lo visceral y admirar con toda la merecida pasión canciones que no conoce nadie. Trasladen esta reflexión al cine, a la pintura, al teatro, a la comedia, a la poesía y a la escritura.

No existe valentía para admirar lo desconocido. Algo hemos hecho mal. Nos cuesta alucinar y contagiar nuestro alucine hacia aquello que no recomienda un crítico. Nos cuesta, y quizá tenga algo que ver con la autoestima, reconocer que tenemos ojo clínico, que efectivamente esos cuatro chavales de nuestro instituto hacen una música genial, que nuestra vecina hace unos cortos inmensos o que ese chaval del trabajo que es tan raro escribe una poesía que haría estremecer a cualquiera.

Nos da vergüenza admitirlo, pero yo lo proclamo, y prometo dar pelos y señales en la próxima entrega, que será esta semana: Valencia es la cuna de la mejor hornada de música rock que jamás se ha parido en este país. Nada que envidiar a la (sobrevalorada hasta el vómito) movida madrileña, del indie catalán de finales de los noventa y del flamenco con tintes progresivos nacido en Andalucía. El pop-rock valenciano que se lleva haciendo en los últimos diez-quince años es inmenso, conmovedor, emocionante, lleno de energía y cuidado, muy muy muy cuidado.

Pero nadie lo sabe.

JM Martín

PD: Prometo nombres, descripciones, enlaces y también, cómo no, la justa autocrítica en la próxima entrega. Sirva esta entrega para haceros hambre...

3 comentarios:

  1. Yo se de otros que suenan muy bien y van a darlo todo el proximo 2 de diciembre en la Rock City...

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  2. Totalmente de acuerdo, Jm ! y lagrimilla... por cierto!

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  3. Mucha razón. Tiene que ver directamente con el prestigio, del cual tú bien me has hablado. La envidia inconsciente también influye.

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