lunes, 5 de diciembre de 2011

De lo irrespetable.

A lo largo de mi vida he tenido que soportar una serie de mantras pesados como losas que han supuesto grandes obstáculos para el reconocimiento de la realidad como tal, y por ende grandes hostias como panes en la cara de quienes piensan que la diferencia a priori entre lo que se supone que es la vida y lo que realmente es debe ser mínima. Lemas como "lo importante es participar" o "la belleza está en el interior" son mantras bonitos pero tremendamente hipócritas si atendemos al estado de las cosas. El segundo es el primero de los tontos y si no eres guapo nadie te va a regalar una oportunidad en el minuto uno. Si eres el último no vas a tener ningún respeto y si eres especialmente feo se te va a considerar como un despojo social, salvo que tengas dinero para enterrar (efectivamente, el remedio para todos los males).

Pero el peor mantra -ahora es cuando me vais a empezar a odiar... a odiar más- que jamás he oído es el manido "hay que respetar todas las opiniones". No. No hay que hacerlo. De hecho, es uno de los errores que nos están conduciendo a este cambio de paradigma en el que el horizonte no sabemos si es más apocalíptico o poético o si es que estamos empezando a chochear casi de manera anestésica para evitarnos los dolores. El respeto a las opiniones ajenas, a todas, incluye una lamentable pleitesía hacia todo aquello que repita una masa suficientemente numerosa como para que se convierta la suya en una opinión de peso. Y en un mundo en el que el número de repetidores -generalmente de criterio por comprobar-, el canal de televisión o el nombre del periódico determinan la legitimidad y prestigio de una opinión, el respeto debe ser eliminado ipsofactamente.

Evidentemente, no pido que la gente improperie, escupa o queme la redacción del panfleto que diga y propague como si de una buena nueva navideña se tratara aquello que no nos gusta. No. Lo que pido es que la gente tenga la capacidad asertiva suficiente como para exigir una demostración de aquello que se asevera. Es decir, que si un economista nos dice que subir el tipo de interés medio nos va a sacar de la crisis, que lo demuestre. Que si un legislador nos dice que es necesaria una modificación en la Constitución, que lo justifique y que admita análisis de peritos, como se hace en juicios. Que si un capitoste del consorcio de bancos suizos afirma que hay que dejar de gravar a las rentas altas porque esto genera un efecto expansivo en la sociedad y mejora la economía, que replique a sus contrarios con algo más que los repetidísimos "eso que dices es un disparate".

Pero que esta petición de demostraciones y argumentaciones no se quede sólo en aquellos que mueven el mundo. No. Que esta petición de explicaciones se convierta en un juicio sumarísimo a todos aquellos ciudadanos y ciudadanas que justifican las decisiones de cenutrios y cenutrias uniformados y encorbatados porque, sencillamente, defienden ese trapo de colores que ellos defienden. Que todos esos adalides de la lengua valenciana me demuestren a mí, que tengo formación en el campo como para aburrirles, que el valenciano no es lo mismo que el catalán (blaveros, se llama Peter Trudgill y no es catalán, leedlo y no me pongáis la Renaixença como excusa, que eso es política y no precisamente lingüística). Que todos esos que afirman que los recortes sociales son necesarios me demuestren, como los entendidos en economía que son -nótese la sorna- que la austeridad regenera la economía. Que todos esos analistas políticos de primer nivel (cercano a la barra del bar, quiero decir) me demuestren que es necesario empezar a privatizar servicios sociales y que eso nos va a salvar el culo. Que todos esos catetos que se declaran "apolíticos" no vuelvan a votar ni a opinar en su anodina vida, porque su inacción no sólo deja su culo al aire, sino también el mío.

Yo no me atrevería a discutir la composición química de la baba de un caracol. No soy químico. Supongo que ustedes tampoco se atreverían a discutir en plena calle sobre la segunda Teoría de la Relatividad de Einstein y su incidencia en el estudio de los campos electromagnéticos, pues no tienen demasiada idea y corren el peligro de quedar en el más lamentable de los ridículos si pasa por ahí un licenciado en Física. ¿Por qué todos entendemos de economía, de política, de leyes y de cualquier cosa que tenga que ver con las humanidades y con nuestro devenir como sociedad si siempre estamos leyendo el Marca, el As, el Tebeo o La Razón? ¿Por qué tengo que respetar opiniones que no se basan en datos sino en rumores emitidos por un señor o una señora desde un despacho muy cómodo con la intención de que ese rumor se propague y les genere un colchón de aceptación que les permita hacer las mayores atrocidades del mundo? ¿Por qué me tengo que tragar un vivaspañismo o un viscalaterrafértil más vacío que la nevera de un piso de estudiantes tras el que se esconde una cantidad indecente de atracos económicos y humanitarios? ¿Por qué tengo que poner buena cara a los que me hablan de conspiraciones reptilianas, chemtrails y mierdas por el estilo mientras la cruda realidad es infinitamente peor que esa chanza con pinta de cortina de humo literaria?

Amigo lector: existen opiniones respetables, pero también existen hostias a tiempo. La mejor que ud puede proporcionar en la cara de ese loro que no para de repetir el lema del lobby de turno es un "demuéstremelo". A veces funciona.

JM Martín

3 comentarios:

  1. plas plas plas plas...!

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  2. totalmente de acuerdo, sufro a diario el "es mi opinión" en el campo al que me dedico y al que me he dedicado a estudiar durante cientos de horas (la inmigración), cuando, en ningún caso es una cuestión de opinión, por mucho que la gente opine (ejem) que sí lo es. En fin, that's life! XD

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  3. Comisión de hostias a tiempo YA!

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