
Leo con estupor, en mitad de una auténtica avalancha de correos de Infojobs que no paran de inundar mi bandeja de entrada desde el mismo domingo 20, que la seguridad social está empezando a ser recortada en comunidades como Galicia o Murcia. Leí ya el día 18 que el bueno del presidente entrante (lleva siendo presidente entrante desde hace un tiempo, porque las elecciones nunca se ganan, sino que las pierde un incompetente) revisará -aniquilará- la Ley de Dependencia por ser "inviable".
Leo infinidad de medidas de ajuste aberrantes tan solo cuatro días después de que ese trámite, ese timo llamado "elecciones democráticas" nos coloque a un presidente elegido por un pírrico aunque no por ello menos lícito 30% de la población española (que, en tanto ejercieron su lícito derecho en función de las reglas, optaron por un lícito presidente del gobierno). Escucho en la radio -algunos somos unos románticos y la oímos en el coche- multitud de noticias sobre primas de riesgo, sobre tamices bruselienses por los que pasar los presupuestos de los estados miembros de la UE. Me llegan noticias sobre yernos que, tal vez, siguen las costumbres de la familia política en cuanto a total ausencia de transparencia y una tendencia a la asociación indebida. Compruebo como el flamante presidente electo se permite, en una curiosa inversión semántica del término "democracia", asegurar que ignorará a una formación política a la que legitiman unos cuantos puñados de votos hasta que no hagan lo que a él, flamenco de narices, le sale de nosequé sitio entre las ingles. Asisto, en definitiva, a una sucesión de acontecimientos enervantes que, lejos de mejorar nuestro modus vivendi, nos condenan a la vergüenza y a la impotencia de ese inmenso colectivo de personas que ni pincha ni corta mientras se le torea una y otra vez en nombre de nosecuantísimas motivaciones macroeconómicas y übersociales que jamás llegaremos a entender, pues somos unas liendres que más vale no nos despeguemos de la tele y nuestros cada vez menos numerosos quehaceres, no sea que la caguemos bien cagada y entonces el eternamente advenido apocalipsis del capitalismo sea por culpa de nuestra inutilísima e indocumentada curiosidad.
Y entonces miro a esa ventana indiscreta que todos tenemos y veo un libro de historia repleto de cambios durante siglos, realizados por personas que pasaron de ser considerados rebeldes a lucir ese mostoso pero honorable título de "padres de la patria". Y entonces trato de esquivar esta rinitis que me tiene asqueado y olfatear lo que parece ser la podredumbre de la corrección política. Y así relaciono, con una avidez que incluso a mí me descoloca, a la mal llamada corrección con la voluntad de mantener una serie de condiciones que no sé a ustedes, pero a mí me empiezan a dilatar cierto esfínter sin haberme pedido ningún permiso.
Y va y me planteo que mientras unos se preocupan de justificar las medidas del gobierno de turno y tiemblan ante la posibilidad de que una banda de descerebrados que hace tiempo no matan ni una mosca se pasen al bando de lo institucional (curioso que teman lo que llevan reclamando décadas, igual es miedo a que se acabe un chollo) yo empiezo a temer por ponerme enfermo, por que un familiar desarrolle con la edad un problema crónico y con tener que vender hasta mis empastes de porcelana para poder darle una vida mínimamente digna, algo cuyo obligatorio respeto viene reflejado en ese papel higiénico de los tecnócratas al que nosotros llamamos "Declaración de los Derechos Humanos".
Y así, en un arranque de plasticidad neuronal que me cuesta cierto esfuerzo, rompo por un momento mis planteamientos pacíficos y mi talante dialogante y me planteo que, al igual que las fuerzas de seguridad del estado sacan a relucir la porra y la pipa cuando un descerebrado pasa cierta línea, es posible que vaya siendo hora de empezar a plantearse sacar a pasear mecheros, palos y cosas que arrojar. Porque esos malparidos que manejan el cotarro como si de su casa de putas se tratara están empezando -quizá soy lento y ya llevan tiempo haciéndolo- a pasar una línea a partir de la cual mi vida y la de los míos peligra. Y ante ello, sólo me nace una palabra en la cabeza: supervivencia.
JM Martín