jueves, 30 de diciembre de 2010

Feliz 1984

Se nos va 2010, se nos va una década entera. El tiempo, relatividad al margen, tiene un paso uniforme e invariable, pero en fechas como estas parece que arroja una aceleración a nuestros ojos. Y es que en estos casos el observador, más que modificar el objeto, permite que éste se cree con todo tipo de artificios delante de sus vicarios ojos, que se han acostumbrado a que sea la cámara y no el cuerpo quien haga los cambios de plano. Pero claro, los lujosos y brillantes recursos de pirueta con los que se presenta la realidad siempre esconden un poco lustroso cartón. Los Industrial Light & Magic de quienes la diseñan no son tal cuando se mira con atención: no hay marioneta a la que no se le vean los hilos ni animación que parezca real cuando uno le da al pause de su reproductor.

Quien lea estas líneas seguramente habrá fagocitado ya, incluso sin quererlo, numerosos recuentos de los sucesos más importantes de la madura década que cae ya del árbol. No soy yo, una persona cualquiera, quien debe resumir las noticias de estos últimos diez años. Pero sí creo que es conveniente que por un momento asumamos ese papel que abandonamos hace tanto, el de observador que puede hacer un zoom con su mente y no con la cámara, y decidamos retomar el interés por el árbol del que caen las hojas del tiempo. Si las hojas caen inevitablemente, no hace falta ser un erudito para comprobar que el frío se aproxima. Un frío esperemos otoñal y no invernalmente severo que muestra los tonos menos vistosos del árbol. Unos tonos que son tan propios como los alegres de la primavera, y que seguramente sean todavía más analizables.

Los tonos oscuros, menos agradables, del árbol de nuestra sociedad tienen nombres propios: desinformación, manipulación, teatro y conformismo. No pertenecen a una nueva paleta de colores, de hecho son tan viejos que podríamos decir que conforman el fondo del lienzo. Los tres primeros son tres grados del mismo color y el uno lleva al otro en una progresión cíclica. El cuarto es el combustible de esa sucesión, el disolvente necesario para hacer que fluyan los otros tres. Los primeros surgen de la trabajada inteligencia reptiliana y territorial de quien pretende salvaguardar un poder, mantenerlo y acrecentarlo en la medida de lo posible. El cuarto es producto de la necesidad de comodidad, de gregarismo, de economía cognitiva de quien supone la mayoría. Lamentablemente el mayor cáncer es este último, por la sencilla razón de que está más extendido.

Durante este último año hemos podido constatar varias cosas. Hemos comprobado que la crisis económica no es la única que existe. La crisis de autoestima de la población occidental, por acotar, es todavía más galopante. Hemos dejado a una minoría que decida nuestro criterio, el cual nos embute mediante ese maravilloso invento de la manipulación mental que son los medios de comunicación. Hemos dejado que la confusión sea tan grande que es difícil ver que no hay problemas en el sistema, sino que el sistema es el problema en sí. Hemos hundido nuestras cuencas oculares en espectáculos varios mientras se nos ha ocultado la magnitud de la pereza constructiva de la clase política. Hemos encarcelado nuestro criterio para dejar que un tipo que deja al descubierto las vergüenzas de los gobiernos mundiales sea procesado y vigilado. Hemos acudido impertérritos al espectáculo de la censura económica, dejando que ciertos magnates de dudoso abolengo silencien perspectivas incómodas a cambio de un canal de telerrealidad veinticuatro horas. No hemos protestado cuando quienes cobran de nuestros impuestos han empleado salvoconductos en muchos casos ilegales para aumentar su patrimonio. Hemos dejado que la fobia o la filia hacia un partido u otro deje que acepte en nuestro nombre actitudes inaceptables en una democracia saludable. Hemos reducido la critica a los políticos de nuestra tendencia, y por tanto la autocrítica, al cero. La pasividad ha sido la nota predominante en esta década, de ahí los tonos alarmantemente grises que se empiezan a apoderar del árbol.

Desearía un 2011 lleno de oportunidades, lleno de cambios de actitud, lleno de calidad humana, de decencia política y de despertar social. Sin embargo, tras mirar detenidamente el árbol he empezado a pensar que quizá el tronco esté en tal punto de afección que deba ser trasplantado para que podamos ver brotes de colores más vivos. No creo que queden ya demasiadas frutas por pudrir, y por descontado creo que a estas alturas se pueden salvar pocas ramas. Quizá sea conveniente empezar a pensar en los esquejes que perpetúen la vida del árbol.

Os deseo un feliz 2011, aunque a algunos nos venga otra cifra a la cabeza cuando pensamos en el año que nos viene.


JM Martín


No hay comentarios:

Publicar un comentario