Es una noche curiosa. Estoy plantado delante de mi ordenador iniciando la conexión a internet para, irónicamente, preparar mi desconexión temporal. He decidido que voy a intentar huir temporalmente de lo que me enerva, de lo que me hace no ser yo, aunque quizá debería decir de lo que vengo siendo yo en los últimos meses.
Están siendo unos tiempos complicados para la lírica. Vine a un mundo del que me vendieron, como a una mayoría, una versión falseada. Me siento estafado hasta el tuétano. El mérito no se contempla en ningún caso, tampoco la humanidad ni el ser más débil. El fuerte, como un recuerdo de nuestro atávico primitivismo, se erige en un líder a la fuerza que porta el abuso por bandera. El trabajo duro sirve de poco, y gente como yo –que no soy ningún caso raro- se ve abocado a una dualidad de la que no se hacía mención en la versión comercial que nos vendieron: en unos meses puedo alcanzar un grado de titulación modestamente elevado y a la vez me estoy haciendo un precario crónico.
Me cuesta tanto conjuntar ambas imágenes que me supone un gran esfuerzo intelectual verbalizarlo, incluso de manera escrita.
A la vez que me encuentro descolocado en una tesitura que, llámenme alelado, me resulta inverosímil (seguramente por haberme tragado un cuento chino con respecto del mundo) , me veo saturado de lo que precisamente estudio: de información. Estoy intoxicado por tanto enlace acerca de las mil perrerías que ejercen esos que tienen mejores posiciones dentro de la escala social. He incluso normalizado el hecho de que las actitudes que en teoría eran ilícitas y perversas son realmente la norma aceptada, y que las leyes y normas inherentes a nuestra sociedad son nada más que papel mojado en la práctica. Y esa normalización ha dado paso a lo que creo, posible hipocondría mediante, supone un brote de neurosis colectiva en mi persona. Vivo bajo el prisma de una filosofía de la sospecha que no solo me afecta a mí, sino a muchos de los que me rodean virtualmente. Posiblemente, como decía la película, resulta que ustedes y yo no estamos preparados para escuchar la verdad.
Creo que esto es perceptible como una ida de olla de lo más banal, o incluso como un mal disimulado “me bajo del barco”. Pero desde lo más sincero creo que es necesario que reflexionemos acerca de los beneficios de esta sobredosis de datos que conforman un estado de incomodidad. No planteo, en absoluto, hacer como el avestruz y esconder la cabeza. No. Tenemos todos la responsabilidad ciudadana e incluso la necesidad natural de luchar por una sociedad justa y equitativa, sin locuras y con empatía. Pero, como dijo Teresa de Calcuta, “no me invites a una manifestación contra la guerra, invítame a una manifestación por la paz”. Esto es: sabemos cuáles son los grandes defectos de este sistema. Luchemos por eliminarlos y generar algo más justo. Pero no minemos nuestra moral con las sucias triquiñuelas de esas partes tan supuestamente independientes del poder (no pienso ni nombrar al susodicho tribunal). Ya sabemos que están ahí. Son evidencias de que algo falla en un sitio concreto. Igual que no nos agarramos al cable cuando sabemos que da corrientes y lo cambiamos, por favor, parémonos a reflexionar si esto no es acaso lo que debemos hacer. Porque es, sencillamente, lo único útil.
¿Y qué relación tiene esto con una desconexión? Pues sencillamente, necesito cortar el cable. Para cortar el cable tengo que dejar de recibir calambrazos. Y para decidir dejar de agarrarme al maldito cable, necesito bajar los plomos del circuito de la información: las redes sociales en este caso. Si sale bien, y resulta que me convierto en un buen cortador de cables como hay tantos anónimos, sin duda significará que algunos tenemos que bajar el flujo de información para lograr trascender a un nivel de efectividad. Si no, por lo menos habré ganado horas de vida. De momento, yo os lo aconsejo. Vienen tiempos difíciles, y va a haber que hacer un buen acopio de fuerza. Si se nos va y perdemos capacidad de respuesta ante la que está por venir, tendremos media batalla perdida, tenga la forma que tenga.
Procedo a tomarme unas vacaciones de redes sociales, aunque supongo que seré un observador-troll guasón de Twitter y seguiré escribiendo aquí, que me gusta ver puntitos en el mapamundi (un saludo especialmente grande a Chile, sr Aguilera). Además haré algo de humor absurdo en mi nuevo Tumblr Fotografobia, que os invito a visitar (el humor es un buen reconstituyente, probablemente el segundo mejor) y tanto lo uno como lo otro aparecerán en mi FB. Pero no me voy a seguir colapsando de golpes tras golpes y enfado tras enfado. Me enteraré de lo que pasa, acudiré donde haya que acudir, pero no me haré mala sangre.
A ver si, entre todos, nos ayudamos para cambiar ese cable que nos da tanto la corriente.
Un fuerte abrazo.
JM Martín
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