sábado, 21 de abril de 2012

Carta a María Dolores de Cospedal


Congresista María Dolores de Cospedal:

Mi nombre es José Manuel Martin Corvillo. Tengo 29 años, soy docente (no a cargo del erario público), trabajo seis días a la semana y además investigo en la Universidad de Valencia, sin beca y en consecuencia gratis. Soy titulado en Filología Inglesa, poseo un Máster en Investigación de Lenguas y Literaturas y un papel dice que soy doctorando en Teoría de la Comunicación.

Empecé a estudiar la licenciatura de Administración y Dirección de Empresas, pero tras dos años comprendí que mi vocación iba por otro lado. No obstante, en esos dos años me dio tiempo a entender algunas cosas y, sin considerarme economista, si que me considero en posición de argumentar acerca de impactos económicos como los que ud sugiere al afirmar que el fracaso universitario de un 30% cuesta a los españoles la muy sonora cantidad de 3000 millones de euros.

Como teórico e investigador –a mi cargo, insisto- de la rama de la comunicación puedo analizar exhaustivamente su afirmación. Como persona con formación en el terreno de la economía, puedo además permitirme afirmar categóricamente que su análisis de cuantía económica es sesgado. Así que permítame un somero análisis que ruego al menos lea con el mismo aplomo que le he dedicado yo a sus declaraciones.

  •   -        En primer lugar, si ud toma como población para analizar costes a un 30% del total de los estudiantes universitarios, está ud dando por sentado que el 70% no sólo debe compensar las pérdidas generadas por la minoría sino que además, siendo más del doble, debe generar una plusvalía. En lo meramente comunicativo, está ud omitiendo datos. En lo económico, está ud siendo peligrosamente superficial. Y digo peligrosamente a tenor de las responsabilidades de las cuales es ud acreedora y deudora al mismo tiempo.
  • -          En segundo lugar, si ud afirma que un 30% genera pérdidas, su responsabilidad analítica le obliga a acudir a las causas. Implícitamente, ud alude a la incompetencia del alumnado. Como docente le puedo decir que es algo normal, al igual que lo es encontrarse a ferreteros incompetentes, entrenadores de fútbol incompetentes o políticos incompetentes, si bien el impacto de uno de estos tres grupos nunca se soluciona con la misma flexibilidad liberal que se puede aplicar en los terrenos del sector servicios o del deporte de élite, donde los despidos son fulminantes. Pero ud omite otras causas, la principal de las cuales es sistémica. Si la muy especializada universidad contemporánea no dinamiza el aprendizaje y lo convierte a ratos en un tostón, el desinterés generado hace mella. Si además eleva las tasas universitarias al tiempo que obliga a su asistencia de manera inexcusable, hace que gente como yo (con un interés fuera de duda por la formación pero de escasos recursos económicos) no pueda trabajar y estudiar al mismo tiempo. Yo lo hice, y el sistema –por entonces más flexible- me permitió compensar mis ausencias con la asistencia a tutorías y demás muestras de implicación.
  • -          En tercer lugar, ud omite de sus declaraciones el impacto económico del restante 70% del alumnado. En teoría deberían generar una plusvalía como ya he comentado previamente. Pero si se nos condena a la precariedad y al éxodo, la plusvalía que siempre genera un personal formado se va con ellos, aportando a otros países el beneficio de una inversión pública made in Spain. Y eso no es en ningún caso culpa del alumnado exitoso, que bastante tiene con sobrevivir, algo que en este curioso y nada cuidado país es una aventura si uno no se dedica a actividades como la suya.
  • -          En cuarto lugar, está ud presentando una aseveración fácilmente discutible (vea las menos de 600 palabras que he empleado en el conjunto de los anteriores puntos) como justificación para la implantación de una agenda económica parida hace 70 años por gente como Stigler o Friedman, acreedores de Premios Nobel discutidos antes de su nacimiento por el mismo Alfred Nobel. Es decir, su declaración es sencillamente vaselina retórica para promocionar una teoría relativamente anticuada, relativamente inadecuada y manifiestamente interesada. A esto se le llama habitualmente propaganda.
  • -          Por último, está ud evidenciando una falta de miras en cuanto al impacto económico con tal de justificar un castigo al sistema universitario público que defiende la Escuela de Chicago, de donde salen los premios Nobel previamente mencionados. Dicha escuela habló siempre de la educación y la investigación en términos de productividad, pero omitió expresiones como impacto microeconómico, impacto macroeconómico e intangibilidad. De ahí que ni ud ni su gabinete –poco exigido en la confección de discursos, algo normal cuando se actúa en función de una audiencia poco exigente- hayan considerado tres factores:

o   La incidencia positiva de la inversión en I+D+i en la microeconomía, ya que las aplicaciones de los resultados de investigaciones y una tendencia a la patente estatal darían puestos de trabajo y, por tanto, dinamizarían el flujo de consumo. Quizá este concepto resulta demasiado keynesiano para su tendencia liberal, pero no me culpe por ello: a mí no me mantiene indirectamente ningún lobby economista.  
o     La atracción de capital inversor como consecuencia de la eficiencia investigadora en el país, algo que dinamizaría el flujo de capitales de la zona euro, sin duda el factor cuyo letargo nos condena a una crisis que parece una travesía en el desierto.
o   El impacto intangible indudablemente positivo que tiene toda inversión en I+D+i: por fin España pasaría de tener un evidente desapego hacia la cultura y se convertiría poco a poco en una referencia intelectual del siglo XXI.

Desnudemos la situación y reduzcámosla a lo conceptual: alguien con una formación contrastable en la universidad pública y que investiga sin cobrar un solo céntimo de euro trata de mejorar la perspectiva de una representante de la ciudadanía que estudió Derecho en una universidad privada (CEU para ser más exactos) y que vive del erario público desde 1991, cuando ingresó mediante oposición en el cuerpo de abogados del estado. Es decir, alguien que está devolviendo una inversión al estado –el que me puso los profesores y los conocimientos a cambio de religiosos pagos de matrícula recibe una contribución en forma de investigación sin depositar un euro a cambio- y que tiene una formación multidisciplinar y a la vez una especialización no será tenido en cuenta por alguien que jamás pagó una matrícula a la universidad pública y que lleva 22 años cobrando del estado.

Sintomático, sin duda. Por ello seguiré haciendo lo que ustedes, los gobernantes opacos e impenetrables, critican que un docente haga, que es no centrarse únicamente en la impartición del temario y desarrollar un afán de aprendizaje y una mentalidad crítica (y apartidista) para que mi alumnado se convierta en un pacífico pero decidido ejército de ciudadanos incómodos y con ganas de aportar lo que ustedes tampoco aprecian y en absoluto ejercen: el sacrificio incondicional para la mejora de la sociedad.

JM Martín

miércoles, 11 de abril de 2012

Antes y ahora o nunca.

Recuerdo cuando escribir con una copa de licor no se había convertido en una costumbre. Cuando existía algo que hacer porque así eran las cosas y así nos las habían contado. Cuando simplemente uno no deconstruía absolutamente todo y parecían existir una serie de pilares que sustentaban la realidad cotidiana. Recuerdo esos días con una claridad cada vez menos meridiana y cada vez más tendente a la evaporación.

Mantengo como una fotografía viviente, eso sí, las palabras de mi querido Ricard Morant, mentor académico al que tanto debo y aprecio cuando le hablé del repentino fallecimiento de mi padre y supo sacar, como en él es costumbre, una mina de diamantes a posteriori revelada de unas simples palabras: "la cuestión es intentar ver el vaso medio lleno".

Recuerdo no sólo mi vida antes de la mayor y más productiva -a muchos niveles- hostia que me ha regalado la vida con toda su mala baba, sino que también recuerdo el clima de normalidad, de relativo optimismo, que empezó a emborronarse con la emergencia de la palabra "crisis" hace ya algunos años. A muy poca gente parecía faltar nada, y realidades precarias y lamentables que son ahora visibles formaban parte de un oscuro álbum de fotos malas guardado en el fondo de un cajón.

Y de repente, miro atrás y me pregunto si es que algún día estuvimos bien. Porque si se trataba de ver la botella medio llena, en aquella época creíamos que la botella estaba rebosante. Pero no. Entonces estaba ya medio vacía. Existía ya, de hecho, ese agujerito por el que se ha ido casi todo el líquido que estaba dentro de una bonita pero caducable botella de plástico malo. Nosotros estábamos al fondo de la botella, y éramos como un pez nadando en el fondo de una mala pecera, inconsciente de lo que sucedía al otro lado del cristal.

Pero resulta que igual esa botella, esa pecera, ese cubículo que cada vez se muestra más vacío, puede que esté flotando en medio de un mar más abierto del que pudiéramos imaginar. Y resulta que si igual ya no queda líquido sino aire corrompido en el recipiente, va siendo hora de que el pez intente saltar al mar y se enfrente a la riqueza de lo inabarcable.

No sé cómo daremos el salto, sólo sé que es darlo o ahogarse. El trayecto a posteriori parece largo en cualquiera de los casos, por lo que mejor ser valientes y enfrentarse al que nos puede dar algo al final.

Este es sólo uno de los primeros capítulos de nuestras vidas. Sólo.

JM Martín