miércoles, 23 de mayo de 2012

El día que caigan los cascos


El día que la razón entre en la cabeza de tantos en los que sólo parece haber gregarismo, obediencia y sadismo. El día que recuerden la esencia de su juramento por la defensa de un pueblo. El día que se den cuenta de que son la fuerza de los fuertes. El día que vean que en su mano está ponerla del lado de lo que es justo. El día que recuerden el fundamento del servicio público, aquello que les da de comer. El día que redescubran que aprobando aquellas pruebas no compraron un billete a la barra libre de agresividad, sino que a cambio de aquel sueldo de por vida adquirían un compromiso con los débiles. El día que se vean en la tesitura de golpear a un vecino por cuestionar un sistema. El día que un compañero de trabajo golpee a uno de sus seres queridos sin importar el motivo pero sí la presencia en un lugar incómodo. 


El día en que, en definitiva, a algunos les salpique la vergüenza directamente en la visera de sus cascos, ese día la tortilla se dará la vuelta. Y entonces viviremos lo que nunca hasta ahora habíamos vivido. Y desearemos que, esta vez, todo salga bien.

JM Martín


Foto del encabezado tomada en la marcha del movimiento Occupy Frankfurt el 19 de Mayo de este mismo año y difundida por el movimiento Occupy Canada. En ella se aprecia cómo los antidisturbios se han despojado de sus cascos y encabezan la manifestación de los activistas alemanes, abriéndoles el paso.

sábado, 19 de mayo de 2012

15M: Intrahistoria de una portada




Escribo estas líneas a 20/5/2012, concretamente a las 2:40 de la madrugada. Ha pasado un año de lo que os voy a contar, y pese a que tengo dentro sentimientos indescriptibles, no me voy a centrar en desglosaros cómo me siento sino a desvelaros en palabra escrita lo que en mi cabeza son algunas de las escenas más memorables que retengo en mi memoria. Allá voy.

Había empezado como portavoz/coordinador o como se quiera llamar de la Comisión de Acción de la Acampada Valencia unos días antes casi por error. Cuando se empezaron a conformar las comisiones, tratando de seguir el mismo modus operandi de Sol (cosa curiosa lo de la imitación de las ideas en estas cosas tan virales), Juan, el moderador, pidió voluntarios. Sin enterarme bien de lo que estaba pasando, levanté la mano para preguntar, pero Juan me tomó por voluntario y me comí el marrón de coordinar a unas 80 personas. La primera noche me las vi negras, menos mal que andaba una tal (ahora una gran) Mati por allí. Con el paso de las noches, Acción pasó a ser una caterva de más de 300 personas (tirando por lo bajo) que querían liarla parda, y me inventé, junto a Mati y el viejo Jordi, la idea de hacer subcomisiones con sus portavoces. Y a la tercera noche, aquella de la que os hablo, habían ocho. Ocho subcomisiones a las que di media hora para que me expusieran dos propuestas de acción cada una. De las dieciséis resultantes, se cribarían ocho mediante jurídica y el voto de los integrantes de acción. Y, con las ocho mejores ideas, me tocaría ir junto a Jordi a aprobarlas a la asamblea de comisiones de las tres de la mañana en la esquina de la plaza.

Era, en resumidas cuentas, un ordenanza con capacidad de negociación. Ni una sola propuesta saldría de mi boca, de las bocas de Jordi y yo, por lo que nos aguantamos las ganas de proponer dando una vuelta por la plaza, hablando con Nacho de Jurídica y encontrándonos con amigos que estaban a 30 metros de ti pero que en tal ebullición parecían a kilómetros. 

Cuando me plantearon cambiar físicamente de nombre (imposición de carteles mediante) de Plaça de l’Ajuntament por Plaça del Quinze de Maig me pareció una nimiedad, bonita, pero una nimiedad irrelevante. Había oído a demasiado exaltado pidiendo quemar bancos y, pese a que me había tocado apagar esos conatos de incendio con poco más que mi capacidad para transmitir sentido común a través del humor, me apetecía algo gordo. Y todo lo que me traía ese grupo de chavales que podían ser mis alumnos era poner unos carteles.

Como era una idea en un principio casi inocua, sin consecuencias gordas en materia legal, Jurídica no encontró problemas. Como queríamos tener entretenidos a los teóricos promolotov, se aceptó. Sencillamente pasó como el aire. Y en la asamblea de comisiones, o comisión de portavoces o como demonios lo llamáramos, tuvo el OK. Estábamos demasiado preocupados discutiendo sobre si ocupar un banco el día que se había dado un chivatazo de que iban a desalojar no condenaba la plaza a la fragilidad numérica. La plaza tenía que ser nuestra, el resto era secundario. Y me sentía un estratega militar ultraconservador, obsesionado con la supervivencia hasta al menos la semana posterior a las inminentes elecciones municipales del 22 de Marzo. Pero cuatro tipos, uno de ellos de Jurídica, insistieron. No le vieron el sentido para mí aplastante de lo que yo trataba de decirles. Un jurista tranquilo y que destilaba cerebro, el bueno de Alberto, me convenció con palabras sencillas. No rechisté. Era y soy un rígido mental en muchos aspectos, pero en la plaza me obligué a transigir ante las ideas y posturas razonables, a no ser un obstáculo. Pude equivocarme en ocasiones, pero siempre intenté no obstaculizar. Y así me vi abogado a planificar con logística las acciones, y entre ellas la chorrada de cambiar una plaza de nombre.

Me quedé hasta las seis de la mañana rellenando papeles. Todo tenía que estar preparado. Esa acción, otras como la del banco, y la que me parecía más genial y descabellada: subirse a las torres de Serrano y descolgar una pancarta gigantesca con el lema #spanishrevolution para que las viera todo el mundo. Creía que esa iba a ser el bombazo, y como casi siempre me equivoqué. Tuvo repercusión pero ya nadie se acuerda de aquello. Fue napalm, pero un napalm muy fugaz que ayudó a lo que acabó ayudando la dichosa sustitución de carteles de calle.

A las 12 del mediodía me despertó (afortunadamente, porque casi llego tarde al trabajo) un mensaje del bueno de Marc de Social Media con el siguiente texto: Enhorabuena, habéis sido portada de Menéame y me dicen que vais para portada de El País de mañana. Todavía conservo ese mensaje.

Durante un año he mirado mil veces aquella foto, y me he acordado escribiendo estas líneas y alguna que otra vez más de que mi primera reacción al analizar la foto fue descojonarme con el funcionario del ayuntamiento que aparece, como si fuera una foto de Cuarto Milenio, acojonado en una ventana. 

Durante un año me he planteado un millón de veces si acaso no hicimos todo lo que teníamos que hacer. Que todo está hecho y que ahora vienen otras cosas. Me he planteado también que equivocarse es muy fácil, y que me equivoqué aquella noche pensando que cambiarle el nombre a una plaza no sería más que una estupidez. Esa plaza fue portada de un diario nacional un día antes de unas elecciones. Por primera vez los medios masivos enfocaron de verdad hacia aquel en apariencia absurdo compendio de factores que había derivado en una masa de desconocidos que retaban al poder desde su base: replanteándolo. A partir de ese preciso instante, lo que habíamos empezado sin tener ni idea de lo que estábamos haciendo (me río de las versiones conspirativas sobre el origen del 15M, sean ciertas o no ya no eran relevantes el segundo día) se convertía en una idea pura, en un concepto en esencia que se transmitió por el mundo gracias a ese teléfono del futuro que dice Michio Kaku que es internet. A partir de ese momento, movimientos clónicos del 15M como Democrazia Reale Ora u Occupy Wall Street emergieron. Desde ese preciso instante, desde esa precisa portada con la foto de algo que pasó por mis manos y a lo que no le di su justo valor, una nueva manera de entender la sociedad se transmitió por esa nueva arteria del mundo que es la red. Y de la red, como pasó en nuestro caso, pasó a la calle y a los medios, y de ahí a la calle y nuevamente a la red, realimentando ininterrumpidamente ese mecanismo que a partir de esto se ha generado. 

Y todo por una confluencia de factores que hicieron que aquella idea en principio inofensiva fuera un detonante tan enorme: la pedazo de foto hecha por un chico muy joven al que no recuerdo y que me consta que no era fotógrafo, la calle llena, el barullo porque al final los que lo organizaron debieron llamar a todos sus colegas, el hecho de que los medios estuvieran buscando una portada para la primera jornada de reflexión de la historia que se relativizaba y se deconstruía hasta el mínimo... Todo aquello convirtió algo en primera instancia simbólico en una muy buena idea y en quizá el dinamizador, en cierto modo casual, de lo que es a estas alturas un organismo multicéfalo, global y tendente a perderse y reencontrarse en el caos, logrando una influencia a veces minimizada en la manera de hacer política, tejido social y difusión de información.

Ha pasado un año, es estúpido explicar cómo me siento. Sólo tengo la certeza de que estamos asistiendo a un momento clave en la manera de entender el mundo. Como dice uno de mis resobados carteles quincemayistas, “El futuro es ahora”. Acabe como acabe, siéntanse al menos curiosos por estar viviendo un pedazo de historia futura. Yo, como comprenderéis, ya me siento como si me hubieran dejado entrar al backstage durante diez minutos.

JM Martín